lunes, 14 de julio de 2008

Polis en el parque españa:



Entonces yo vivía sobre Nuevo León, en La Condesa, al lado de una escuela de tae-kwon-do y enfrente del Parque España. Había empezado a correr todas las tardes hasta las 7 u 8, y como siempre pasa, pues enseguida conocí a otra gente que también salía a correr. A mí me gustaba una que trabajaba en el Starbucks de la esquina, junto al restaurante argentino. Salía de su chamba a correr un rato sola, tenía algo de medio mamona y no siempre la podía acompañar. Flaquita, pelo corto, morena, estaba preciosa y claro que la seguía mientras corría. Pero una vez me di cuenta que, así como yo seguí a a esa chava, alguien me seguía a mí. Era una chava alta, de pelo negro corto y lacio, con un poco de maquillaje. No era tan delgada como la otra, se veía que salía a correr para bajar un poco de peso. Y por donde yo iba, ahí tenia a la tipa atrás mío. Así habremos estado una semana, o más. Cada tarde, antes de salir, ella se cruzaba en mi cabeza. No era que me gustara demasiado, pero me excitaba la idea de acercarme y perdernos en algún rincón. Al final ya tenía vistos todos los lugres del parque en los que no habría problema. Y un día, cuando ya más o menos estaba decidido a encararla, la vi sentada debajo de un árbol. Traía un pantalón gris de esos súper ajustados de licra y una playera blanca. Estaba agitada, más guapa que cualquier otro día.
Nos presentamos, vi que una sonrisa le iluminó la cara y nos fuimos a caminar. No podría decir cómo ni por qué, pero la noche estaba riquísima y pareció natural que nuestras manos se acercaran. No soy de hacer estas cosas y nunca me pasan (aja). Fue extrañísimo, como un sueño. O a lo mejor es que ella también lo había pensado y, con la misma intención, había visto los mismos lugares que yo. No era muy tarde, no sabría decir qué hora era, sólo recuerdo que por Nuevo León salían los alumnos de la escuela de Tae-kwon-do. Nos ubicamos detrás de los juegos de los niños, y la besé apenas nos sentamos. Dos minutos después ella me bajó el pantalón y acercó su boca. Todo hubiera sido de película si justo en ese momento no hubieran aparecido dos polis. Nos pusieron de pie, y por separado nos preguntaron de dónde nos conocíamos, qué habíamos estado haciendo, y los nombres del otro. Nunca en mi vida había estado tan nervioso. Enseguida nos calmaron y explicaron que había muchos asaltos y junkies en el parque, y que tuviéramos cuidado con los que hacíamos. Les di 100 pesos y, así como llegaron, se fueron. Pero nosotros nos quedamos paralizados, y nos despedimos con un beso frío. Llegué a casa tan asustado, que los gritos de la escuela de tae-kwon-do me parecieron celestiales por primera vez. Al día siguiente volví a correr, pero a ella nunca más la vi. A la que sí me encuentro es a la otra, la mamona del Starbucks. Y a los mismos polis, que se ríen cada vez que me saludan.

 

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