Como
parte de la bienal de KunstRAI en Ámsterdam,
el artista emergente Bart Jasen presento la pieza-mascota-muerta
Orvillecopter el gato volador, se trata de su mascota la cual fue muy querida
hasta que fue atropellado accidentalmente por un coche. Entonces con ayuda del
experto en control de helicópteros Arjen Beltman colocó propulsores en cada una
de las cuatro patas de Orville. El gato fue disecado para poder trabajar
con él, y se utilizó su cuerpo como cascarón para insertar los motores y
baterías que le proporcionan la habilidad de volar. Jansen agrega en su
página, sabiendo que las críticas no tardarán en llegar, “Para los amantes
de los gatos: es piel curtida, tal como la que usan en los zapatos que están
usando”. Un verdadero ejemplo de la estética de lo siniestro en donde algo que
nos es totalmente cercano de pronto se convierte en algo totalmente ajeno
redimensionando su valor y su relación con nosotros, en una lectura más
superficial se trata de un intento de mantenerse allí, a flote en el mar de la
emergencia artística,
Me parece
un performance-instalación bastante divertido pues ha sido una magnífica
idea cumplir el sueño de cualquier gato, volar como las aves para
atraparlas incluso en el aire.
Ya he
hablado de cuando el arte trasmuta la percepción humana, incluso la percepción
del arte per se, pero este tipo de propuestas rompen con todo lo establecido y
al agregarle dinamismo pareciera despegare del maniatado mercado del arte contemporáneo.
Con un precio de salida de 12.500
euros, el gato volador tiene ya una oferta particular de 100.000 euros. Su
éxito recuerda al obtenido por el artista británico Damien Hirst, que metió en
formol diversos animales, entre ellos un carnero, una vaca y un tiburón. O bien
el germano Thomas Grunfeld, con sus animales híbridos, también disecados, que
mezclan cabeza de cotorra o jirafa, y cuerpo de ardilla o avestruz.
Más allá del absurdo.
©Enrique Marín
(Fotos: Reteurs)
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