miércoles, 23 de marzo de 2011

Solo un día:

Nos engañaron, no recuerdo muy bien lo que paso, estoy en una especie de hospital con una herida en la cabeza, una monja me ofrece un poco de sopa, me levanto, estoy solo ninguno de mis compañeros está conmigo, según puedo leer estoy en el albergue “hogar de la misericordia” y según me cuentan es Tapachula, Chiapas. No está lejos de donde nos encontrábamos, Puerto Madero. Llegamos ayer en una combi, yo y mis 5 compañeros actores, íbamos a dar una función, al menos eso nos habían dicho, pero al llegar al pueblo la cosas se pusieron turbias, en un pequeño hotel me preparaba para dormir cuando escuche un grito de mujer, salí corriendo, alguien me golpeo en la cabeza. No recuerdo más.

Me como la sopa, después salgo, no tengo ninguna pertenecía solo lo que traigo puesto, ni dinero, ni identificaciones ni nada, que de la mierda. Me dispongo a buscar a mis compañeros, pregunto a los otros en el albergue (en su mayoría hondureños y salvadoreños) me dicen que me encontraron solo, tirado en la selva a medio camino entre Puerto Madero y Tapachula. Comienzo a asustarme, me reviso la entrepierna, todo bien, no me violaron, al menos no lo siento. Desayuno con los demás, me uno a la plática, todos son inmigrantes, ilegales, o ¿acaso este término se aplica en una frontera tan porosa como esta? Son sudamericanos sin identidad, sin pertenencia, como yo, ya no estoy solo.


Voy a regresar al DF como sea, y voy a encontrar a mis compañeros. Me subo a una combi con todos los demás, vamos rumbo a Arriaga, dicen que allá se sirve buen mezcal, y entre ellos susurran, se les ve nerviosos y a la vez emocionados, dicen que al fin verán a La bestia.
Platico con una Morena, nada fea, pero huele mal, me dice que cruzó por Ciudad Hidalgo, la madre; quien sabe donde sea eso, tiene 21 años y 3 hijos allá en San Salvador, pidió prestado 500 pesos para venirse, se quedo con 100 que según me dice ya gastó, el resto se lo dejó a su madre para sus hijos. Mis problemas parecen ser nada. Su mirada y su “futuro” están puestos en Los Ángeles, California -no sé si llegaré, pero al menos lo debo intentar-. Su escepticismo lo alimenta con lo pesado que ha resultado el trayecto. Entre ellos siguen hablando de la famosa Bestia, escuche algo pero no sé exactamente que es. –Güero- me dice un señor septuagenario -¿Y tú qué haces por acá?- , Nada –Contesto-. Ando perdido. –Como todos- Pude leer en su mirada.
12 horas después llegamos a Arriaga. Invito a la Morena a buscar un albergue. Me dice que no, que ella no se mueve de allí, que allí va a esperar a que pase la Bestia. –Como sea- Pienso, al fin y al cabo no tengo a donde ir tampoco. Es raro, me engañaron, me golpearon, estoy perdido en medio de la Selva pero no me siento mal, más bien siento preocupación por los demás, por la morena olorosa principalmente.

Empieza a hacer frio. Unos lugareños nos ofrecen lonches de pollo: un pedacito, arroz y 3 tortillas por $10 pesos, se ven realmente buenos, pero no puedo comprarlos, pido que me presten un teléfono para hablar a casa, evidentemente no hay ninguno. No sé qué tratos hizo la Morena, pero me dio un lonche, nos sentamos a comerlo.

Son casi las 2 de la mañana, yo duermo recargado en el piso. De pronto un ruido que parece venir de lo más profundo del infierno, trato de reconocerlo, es un tren, un tren que se acerca, ahora recuerdo a mi abuela contando la historia del primer tren que llego a Zamora y como la gente corrió despavorida pensando que era cosa del diablo, la misma sensación me invadió a mí, no por el tren, si no por la reacción de los inmigrantes, todos pegaron un brinco y se alistan para correr, yo los imito.

Ya vi de que se trata. El tren no se frena. ahora lo reconozco es la famosa bestia. Todos corren y la morena también, me jala, no se qué paso, me tropecé, otro golpe, y de repente ya estoy arriba, amarrado literalmente en un lado del vagón. Un joven de escasos 18 años y acento chistoso me dice que se debe viajar parado, porque el que se duerme en el techo corre el riesgo de caerse. No volví a pegar los ojos en toda la noche .

Amanece, subimos al techo, noto que somos menos, me cuentan que algunos tuvieron suerte y encontraron trabajo domestico en Tapachula, también noto que existe una cierta discriminación hacia los mexicanos, y me cuentan las historias del como los asaltan y los cazan. Mejor yo no digo de donde soy. Vamos a viajar 12 horas más hasta Ixtepec, Oaxaca. Me estoy cagando, literal, el sol sale son eso de las 9 de la mañana el calor me tumba. 6 horas después trato de cubrír toda mi piel con lo que puedo, estoy ardiendo y no puedo recargarme sobre mi espalda. Myriam, una hondureña de 27 años de edad, divorciada con tres hijos de uno, seis y ocho años de edad salió de la Ceiba, Honduras en agosto y a mediados de octubre apenas estaba en Arriaga. En su país trabajaba en la maquila de ropa con un sueldo de 849 lempiras (45 dólares) por semana. Todo eso me conto mientras curaba mis heridas con Sávila, su cara presenta golpes, me cuenta que en su anterior intento por cruzar otro Hondureño la uso como mercancía con un agente para seguir su viaje. No quise preguntar más.
8 horas van y de comer ni hablar, esta cabron, realmente cabron. Pasamos unos bosques de Ceibas con restos de vías y maquinaria de tala, me recuerdan aquellas monterías de la obra que íbamos a presentar en Ciudad Madero, ahora entiendo muchas cosas y lo lejos que había estado del dolor. Es casi media noche, llegamos a Ixtepec, con el grupo me dirijo a un albergue de religiosos, nada elegante, adornado con mapas de México y los Estados Unidos. Nos dan comida y por primera vez en mi vida reconozco lo que es el hambre. Un par de horas después el grupo se prepara para regresar a las vías. La Morena me ínsita para seguir. No sé qué hacer por ella, le doy mis zapatos, mi cinturón y mi chamarra. Solo aguante un día, solo un día. –No, yo ya no voy, además aquí si hay teléfonos, pero pues buena suerte.

Foto © Isabel Muñoz

©Enrique Marín